Este articulo es tomado de una publicación del Periódico El País del 7 de Agosto de 2015
"El mayor obstáculo
para una buena conversación es la incapacidad del ser humano para escuchar al
otro con inteligencia, habilidad y comprensión." Carl rogers
Desde la irrupción
de las redes sociales y la mensajería móvil, mantener una conversación cara a
cara se ha convertido en algo casi exótico. Estamos en contacto de forma
abreviada y superficial con un número creciente de personas, pero cada vez nos
sentimos más solos.
Para
mejorar nuestras relaciones con los demás, comprenderlos y ser comprendidos, es
esencial recuperar el buen hábito de hablar con tiempo y verdadera atención.
Parece
demostrado que un déficit de conversación hace al sujeto más susceptible de
padecer trastornos psicológicos. La falta de comunicación, directa e
interactiva, con otras personas que puedan darle su opinión y relativizar los
acontecimientos facilita que estos queden atrapados en la mente.
Cuando
una experiencia se estanca en el circuito cerrado de un solo individuo, las
emociones se amplifican y los mismos hechos se acaban distorsionando, algo que
podría haberse evitado con una charla en buena compañía.
Deborah
Tannen, profesora de lingüística de la Universidad de Georgetown, explica al
respecto que “una conversación bien llevada es una visión de cordura, una
ratificación de nuestro propio modo de ser humano y de nuestro propio lugar en
el mundo”. Sin embargo, esta actividad tan humana se puede volver en nuestra
contra cuando no la realizamos de forma saludable o con las personas adecuadas.
“No hay nada más profundamente inquietante que una conversación que fracasa (…)
Si sucede con frecuencia, también eso puede hacer tambalear nuestra sensación
de bienestar psicológico”.
Esta
autora comenta en su ensayo Hablando se entiende la gente que muchas de las
disputas que se producen en las parejas heterosexuales tienen su origen en
nuestra formación social, durante la infancia y adolescencia, con amigos de
nuestro mismo sexo. Esto provoca que, en muchos casos, se creen estilos
conversacionales separados por falta de interacción entre géneros.
A partir de aquí se generan mitos como que “los
hombres no saben escuchar” o que “las mujeres hablan de sus problemas sin
cesar”, lo cual son claros prejuicios de género. Como sucede con cualquier otra
actividad humana, hay diferentes grados de implicación y dominio en la
comunicación oral con los demás. En el lado más ligero de este arte, estaría la
charla informal, que según Debra Fine está injustamente poco valorada:
“La
charla tiene el estigma de ser considerada la humilde hijastra de la verdadera
conversación, aun cuando cumple una función extremadamente importante. Sin ella
es muy difícil entablar un verdadero coloquio. Quienes dominan la charla
informal son expertos en lograr que los demás se sientan involucrados,
valorados y cómodos, y eso ayuda a reforzar una relación laboral, cerrar un
trato, dejar la puerta abierta a una nueva relación amorosa o entablar una
amistad”.
Según
esta experta en oratoria, la conversación informal es el primer paso para que
pueda surgir la empatía entre dos personas. Aunque charlemos sobre un tema poco
trascendente, en ese primer contacto en realidad estamos diciendo mucho, porque
empezamos a crear un vínculo en el que ya se transmite cercanía o distancia,
confianza o reservas hacia el otro.
En palabras de Debra Fine: “La conversación
intrascendente es el equivalente verbal a la primera ficha de dominó: dispara
una reacción en cadena, con todo tipo de consecuencias”. Contra el prejuicio de
que un desconocido no tendrá nada en común con nosotros, al arriesgarnos a
charlar nos podemos llevar más de una grata sorpresa.
¿Cuántas
parejas, buenos negocios o amistades tienen su origen en una conversación
casual? Probablemente, la mayoría. Más allá de las habilidades comunicativas de
cada uno, el arte de la conversación puede ser aprendido y potenciado. Los
antiguos griegos daban gran importancia a ejercitar la oratoria y, en tiempos
modernos, ya en 1875 Cecil B. Hartley mencionaba en su Guía de un caballero de
etiqueta una serie de claves que siguen siendo vigentes, ya que lamentablemente
aún hoy nos pasan por alto muchas de ellas.
Podemos
resumirlas en estos 10 puntos:
- Aunque estemos convencidos de que el otro está totalmente equivocado, en lugar de discutir es aconsejable cambiar hábilmente de conversación. Es absurdo pretender que los demás estén de acuerdo con nosotros.
- Nunca hay que interrumpir ni anticiparnos a la historia de nuestro interlocutor. Saber escuchar es la regla dorada del buen conversador.
- Evitemos poner cara de fatiga durante el discurso de otra persona, así como distraernos con otra cosa mientras está hablando. Hartley mencionaba como entretenimientos “mirar el reloj, leer una carta u hojear un libro”. El equivalente actual sería la irritante costumbre de mirar el móvil.
- La modestia nos ahorrará muchas antipatías. No hay que exhibir conocimientos, méritos o posesiones que haga sentir a los demás que se encuentran en inferioridad.
- No es necesario hablar de uno mismo, a no ser que nos pregunten. Nuestros interlocutores se enterarán de nuestras virtudes sin necesidades de que se las precisemos.
- La brevedad ocurrente es siempre más eficaz que entregarse a largos discursos o a historias aburridas.
- Criticar o comparar unas personas con otras, así como censurar a los ausentes, puede parecer divertido, pero acabaremos causando una mala impresión.
- Nunca hay que señalar ni corregir los errores en el lenguaje de los demás, aunque sean extranjeros, ya que se sentirán humillados por la observación.
- No hay que ofrecer asistencia o asesoramiento a no ser que nos hayan pedido consejo expresamente.
- El elogio excesivo crea desconfianza, pues nuestro interlocutor puede pensar que tenemos intenciones ocultas.
Al
final, la esencia del buen diálogo es nuestra capacidad de entregarnos al
intercambio con el otro como si de una coreografía se tratara. Los participantes
hacen danzar juntas sus ideas, que se encuentran, se separan –para ampliar su
horizonte de opiniones– y vuelven a unirse para crear nuevos significados.
Es
por eso que después de una conversación profunda nos sentimos transformados.
Nos hemos nutrido con nuevas ideas y hemos sometido nuestra propia óptica a un
enfoque diferente que amplía nuestra comprensión sobre el mundo y sobre
nosotros mismos.
En
su libro Conversación, el pensador Theodore Zeldin sostiene que “dos
individuos, conversando con honestidad, pueden sentirse inspirados por el
sentimiento de que están unidos en una empresa común con el objetivo de
inventar un arte de vivir juntos que no se ha intentado antes”.
Puesto que es uno de los pocos placeres que no
requieren otra inversión aparte del tiempo, merece la pena recuperar este viejo
arte para volvernos a sentir humanos.
Si
el tiempo que gastamos en enviar o responder cientos de mensajes de compromiso
los dedicamos a compartir nuestro universo con personas que puedan
enriquecerlo, viviremos con un mayor “ancho de banda” y afrontaremos los
problemas que nos traiga la vida de forma más inteligente y serena.
"Una buena
conversación es como el café negro; estimulante y tan difícil de dormir después." Anne Morrow Lindbergh
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